Los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo.
La visita a Malchingui es uno de
los viajes que jamás olvidare pues cambio mi percepción del amor a la vida. Los
jóvenes tienden a frustrarse, a sufrir por problemas minúsculos, se vive sin
vivir, suena irónico ya que el joven debe demostrar fortaleza pero esto no
sucede. La realidad es otra, son los adultos mayores quienes disfrutan de la
vida todos los días, en especial en zonas periféricas, aquí estas personas con
gran sonrisa y vigorosidad viven y trabajan para el progreso de su comunidad.
El viaje se realizó el 9 de
enero, a las 9h00, junto a varios compañeros de la Facultad de Comunicación
Social, como parte de Vinculación con la sociedad en el Proyecto: Rescate de la
memoria oral de abuelos y abuelas de la comunidad de Malchingui en el cantón
Pedro Moncayo
En aquellos ancianos, de miradas
nostálgicas y seductoras sonrisas, con las marcas del sol en su piel tostada
por el trabajo en el campo, de alegría desbordante y sabiduría acumulada,
aprendí una gran lección de vida, en ellos noté
la clave de valorar la vida, de vivir feliz
Las actividades con los adultos mayores
Cerca de las 11h30 abordamos en
una maravillosa tierra, la comunidad de Malchingui, rodeado de montañas, de
bellos y grandes árboles. A las 15h00 con un despejado cielo azul acompañado
del fuerte sol se dio inicio a las actividades con los adultos mayores del
lugar. A la entrada Un amable y alegre
señor de unos 70 años, con una gran sonrisa y un abrazo nos recibió. Más
adentro todos sentados en grupos, esperaban iniciar las actividades a
realizarse con los chicos de la universidad. Otros se dedicaron a entrevistar,
tomar fotos y grabar.
Para calmar la sed algunos de
estos amables señores repartían una deliciosa chicha mejor que la bebida
gaseosa, con una sonrisa y picaras palabras ofrecían esta bebida propia de la
serranía ecuatoriana decían: “Tome joven una rica chicha para que no le afecte
el sol, ya mismo viene el guarango ahí
si no se chumara no más”. A la hora de la fiesta, en cambio se repartió, el
guarango
La fiesta
Nuestra vista coincidió con un
festejo del niño Jesús en el barrio. Armado el disco móvil se dio inicio a la
fiesta. “A bailar, que viva la gente de nuestro barrio, que vivan los
estudiantes de la Facso” animaba el Dj mientras la música sonaba, a ritmo de
banda de pueblo todos comenzaron a bailar. Entre jóvenes y ancianos el festejo
continuó. Yo que me encontraba tomando fotos fui sacado a bailar por una señora
de unos 80 años, “Ojala me aguante en el baile” me dijo con una sonrisa a la
vez que yo intentaba seguirle el ritmo.
Pasadas algunas horas se dio inicio
a la procesión religiosa por las calles del barrio, acompañamos hasta finalizar
la procesión, después nos despedimos de todos y regresamos al bus. Recuerdo que
una señora dijo: “No se vayan, quédense al festejo, si hay donde dormir” pero
teníamos que regresar a Quito.
Así aprendí una gran lección, en
esos ancianos observe los tantos años de esfuerzo, trabajo y sacrificio, pero
también el amor a la vida que a comparación de los jóvenes es poco o nulo. No
esperemos a ser viejos para valorar la vida, hay que disfrutar cada día y sobre
todo valoremos a nuestros abuelos/as ellos aún tienen muchas cosas para
decirnos, solo hay que escuchar.
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